
Los ideales que guiaron sus pasos
René Gerónimo Favaloro nació en 1923 en una casa humilde del
barrio "El Mondongo" de La Plata. A tan sólo una cuadra se levantaba
el Hospital Policlínico como presagio de un destino que no se hizo esperar. Con
apenas cuatro años de edad, Favaloro comenzó a manifestar su deseo de ser
"doctor".
Quizás la razón se debía a que de vez en cuando pasaba unos
días en la casa de su tío médico, con quien tuvo oportunidad de conocer de
cerca el trabajo en el consultorio y en las visitas domiciliarias; o quizás
simplemente tenía una vocación de servicio, propia de la profesión médica.
Sin embargo, la esencia de su espíritu iba más allá de su
vocación y era mucho más profunda: calaba en los valores que le fueron
inculcando en su casa y en las instituciones donde estudió. Sobre esa base
edificó su existencia.
Cursó la primaria en una modesta escuela de su barrio (ver
foto), donde, con pocos recursos, se fomentaba el aprendizaje a través de la
participación, el deber y la disciplina. Después de la escuela, pasaba las tardes
en el taller de carpintería de su padre ebanista, quien le enseñó los secretos
del oficio. En los veranos se transformaba en un obrero más. Gracias a sus
padres -su madre era una habilidosa modista- aprendió a valorar el trabajo y el
esfuerzo.
Su abuela materna le transmitió su amor por la tierra y la
emoción al ver cuando las semillas comenzaban a dar sus frutos. A ella le
dedicaría su tesis del doctorado: "A mi abuela Cesárea, que me enseñó a
ver belleza hasta en una pobre rama seca" .
En 1936, después de un riguroso examen, Favaloro entró al
Colegio Nacional de La Plata (ver foto). Allí, docentes como Ezequiel Martínez
Estrada y Pedro Henríquez Ureña le infundieron principios sólidos de profunda
base humanística. Más allá de los conocimientos que adquirió, incorporó y
afianzó ideales como libertad, justicia, ética, respeto, búsqueda de la verdad
y participación social, que había que alcanzar con pasión, esfuerzo y
sacrificio.
Un giro inesperado
Al finalizar la escuela secundaria ingresó en la Facultad de
Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata. En el tercer año
comenzó las concurrencias al Hospital Policlínico y con ellas se acrecentó su
vocación al tomar contacto por primera vez con los pacientes. Nunca se limitaba
a cumplir con lo requerido por el programa, ya que, por las tardes, volvía para
ver la evolución de los pacientes y conversar con ellos.
Mientras cursaba las materias correspondientes a su año, se
entremezclaba con los alumnos de sexto año de las cátedras de Rodolfo Rossi o
Egidio Mazzei, ambos titulares de Clínica Médica. También se escapaba a
presenciar las operaciones de los profesores José María Mainetti (ver foto), de
quien captó su espíritu renovador, y Federico E. B. Christmann, de quien
aprendió la simplificación y estandarización que aplicaría después a la cirugía
cardiovascular, quizás la mayor contribución de Favaloro a las operaciones
sobre el corazón y los grandes vasos. Sería Christmann quien diría, no sin
razón, que para ser un buen cirujano había que ser un buen carpintero.
El hecho fundamental de su preparación profesional fue el
practicantado (actual residencia) en el Hospital Policlínico, centro médico de
una amplia zona de influencia. Allí se recibían los casos complicados de casi
toda la provincia de Buenos Aires. En los dos años en que prácticamente vivió
en el Hospital, Favaloro obtuvo un panorama general de todas las patologías y
los tratamientos pero, sobre todo, aprendió a respetar a los enfermos, la
mayoría de condición humilde. Como no quería desaprovechar la experiencia, con
frecuencia permanecía en actividad durante 48 o 72 horas seguidas.
Todo hacía suponer que su futuro estaba allí, en el Hospital
Policlínico, siguiendo los pasos de sus maestros. Casualmente, en 1949, apenas
recibido, se produjo una vacante para médico auxiliar. Accedió al puesto en
carácter interino y a los pocos meses lo llamaron para confirmarlo. Le pidieron
que completara una tarjeta con sus datos; pero en el último renglón debía
afirmar que aceptaba la doctrina del gobierno. El destino se ensañaba de manera
incomprensible. Sus calificaciones eran mérito más que suficiente para obtener
el puesto. Sin embargo, ese requisito resultaba humillante para alguien que,
como él, había formado parte de movimientos universitarios que luchaban por
mantener en nuestro país una línea democrática, de libertad y justicia, razón
por la cual incluso había tenido que soportar la cárcel en alguna oportunidad.
Poner la firma en esa tarjeta significaba traicionar todos sus principios.
Contestó que lo pensaría, pero en realidad sabía con claridad cuál iba a ser la
respuesta.
Conocer el alma del paciente para curar su cuerpo
Por ese entonces llegó una carta de un tío de Jacinto Aráuz,
un pequeño pueblo de 3.500 habitantes en la zona desértica de La Pampa.
Explicaba que el único médico que atendía la población, el doctor Dardo Rachou
Vega, estaba enfermo y necesitaba viajar a Buenos Aires para su tratamiento. Le
pedía a su sobrino René que lo reemplazara aunque más no fuera por dos o tres
meses. La decisión no fue fácil. Pero al final Favaloro llegó a la conclusión
de que unos pocos meses transcurren rápidamente y que, mientras tanto, era
posible que cambiara la situación política.
Llegó a Jacinto Aráuz en mayo de 1950 y rápidamente trabó
amistad con el doctor Rachou. Su enfermedad resultó ser un cáncer de pulmón.
Falleció unos meses más tarde. Para ese entonces Favaloro ya se había
compenetrado con las alegrías y sufrimientos de esa región apartada, donde la
mayoría se dedicaba a las tareas rurales.
La vida de los pobladores era muy dura. Los caminos eran
intransitables los días de lluvia; el calor, el viento y la arenisca eran
insoportables en verano y el frío de las noches de invierno no perdonaba ni al
cuerpo más resistente. Favaloro comenzó a interesarse por cada uno de sus
pacientes, en los que procuraba ver su alma. De esa forma pudo llegar a conocer
la causa profunda de sus padecimientos.
Al poco tiempo se sumó a la clínica su hermano, Juan José
(ver foto), médico también. Se integró muy pronto a la comunidad por su
carácter afable, su gran capacidad de trabajo y dedicación a sus pacientes.
Juntos pudieron compartir la labor e intercambiar opiniones sobre los casos más
complicados.
Durante los años que ambos permanecieron en Jacinto Aráuz
crearon un centro asistencial y elevaron el nivel social y educacional de la
región. Sentían casi como una obligación el desafío de paliar la miseria que
los rodeaba.
Con la ayuda de los maestros, los representantes de las
iglesias, los empleados de comercio y las comadronas, de a poco fueron logrando
un cambio de actitud en la comunidad que permitió ir corrigiendo sus conductas.
Así, lograron que casi desapareciera la mortalidad infantil de la zona,
redujeron las infecciones en los partos y la desnutrición, organizaron un banco
de sangre viviente con donantes que estaban disponibles cada vez que los
necesitaban y realizaron charlas comunitarias en las que brindaban pautas para
el cuidado de la salud.
El centro asistencial creció y cobró notoriedad en la zona. En
alguna oportunidad Favaloro reflexionó sobre las razones de ese éxito. Sabía
que habían procedido con honestidad y con la convicción de que el acto médico
"debe estar rodeado de dignidad, igualdad, piedad cristiana, sacrificio,
abnegación y renunciamiento" de acuerdo con la formación profesional y
humanística que habían recibido en la Universidad Nacional de La Plata.
Renace la pasión por la cirugía torácica
Favaloro leía con interés las últimas publicaciones médicas
y cada tanto volvía a La Plata para actualizar sus conocimientos. Quedaba
impactado con las primeras intervenciones cardiovasculares: era la maravilla de
una nueva era. Poco a poco fue renaciendo en él el entusiasmo por la cirugía
torácica, a la vez que iba dándole forma a la idea de terminar con su práctica
de médico rural y viajar a los Estados Unidos para hacer una especialización.
Quería participar de la revolución y no ser un mero observador. En uno de sus
viajes a La Plata le manifestó ese deseo al Profesor Mainetti, quien le aconsejó
que el lugar indicado era la Cleveland Clinic.
Lo asaltaban miles de interrogantes, entre ellos el de
abandonar doce años de medicina rural que tantas satisfacciones le habían dado.
Pero pensó que al regresar de Estados Unidos su contribución a la comunidad
podría ser aun mayor. Con pocos recursos y un inglés incipiente, se decidió a
viajar a Cleveland. Otra vez, el breve tiempo que pensaba permanecer allí
terminó siendo una década.
Trabajó primero como residente y luego como miembro del
equipo de cirugía, en colaboración con los doctores Donald B. Effler (ver
foto), jefe de cirugía cardiovascular, F. Mason Sones, Jr. (ver foto), a cargo
del Laboratorio de Cineangiografía y William L. Proudfit (ver foto), jefe del
Departamento de Cardiología.
Al principio la mayor parte de su trabajo se relacionaba con
la enfermedad valvular y congénita. Pero su búsqueda del saber lo llevó por
otros caminos. Todos los días, apenas terminaba su labor en la sala de cirugía,
Favaloro pasaba horas y horas revisando cinecoronarioangiografías y estudiando
la anatomía de las arterias coronarias y su relación con el músculo cardíaco.
El laboratorio de Sones, padre de la arteriografía coronaria, tenía la
colección más importante de cineangiografías de los Estados Unidos.
A comienzos de 1967, Favaloro comenzó a pensar en la
posibilidad de utilizar la vena safena en la cirugía coronaria. Llevó a la
práctica sus ideas por primera vez en mayo de ese año. La estandarización de
esta técnica, llamada del bypass o cirugía de revascularización miocárdica, fue
el trabajo fundamental de su carrera, lo cual hizo que su prestigio
trascendiera los límites de ese país, ya que el procedimiento cambió
radicalmente la historia de la enfermedad coronaria. Está detallado en
profundidad en su libro Surgical Treatment on Coronary Arteriosclerosis,
publicado en 1970 y editado en español con el nombre Tratamiento Quirúrgico de
la Arteriosclerosis Coronaria . Hoy en día se realizan entre 600.000 y 700.000
cirugías de ese tipo por año solamente en los Estados Unidos.
Su aporte no fue casual sino el resultado de conocimientos
profundos de su especialidad, de horas y horas de investigación y de intensa
labor. Favaloro decía que su contribución no era personal sino el resultado de
un equipo de trabajo que tenía como primer objetivo el bienestar del paciente.
Un centro de primer nivel en Buenos Aires
El profundo amor por su patria hizo que Favaloro decidiera
regresar a la Argentina en 1971, con el sueño de desarrollar un centro de
excelencia similar al de la Cleveland Clinic, que combinara la atención médica,
la investigación y la educación, tal como lo dijo en su carta de renuncia a
Effler:
"Una vez más el destino ha puesto sobre mis hombros una
tarea difícil. Voy a dedicar el último tercio de mi vida a levantar un
Departamento de Cirugía Torácica y Cardiovascular en Buenos Aires. En este
momento en particular, las circunstancias indican que soy el único con la
posibilidad de hacerlo. Ese Departamento estará dedicado, además de a la
asistencia médica, a la educación de posgrado con residentes y fellows, a
cursos de posgrado en Buenos Aires y en las ciudades más importantes del país,
y a la investigación clínica. Como usted puede ver, seguiremos los principios
de la Cleveland Clinic."
(De La Pampa a los Estados Unidos)
Con ese objetivo creó la Fundación Favaloro en 1975 junto
con otros colaboradores y afianzó la labor que venía desarrollando desde su
regreso al país. Uno de sus mayores orgullos fue el de haber formado más de
cuatrocientos cincuenta residentes provenientes de todos los puntos de la
Argentina y de América latina. Contribuyó a elevar el nivel de la especialidad
en beneficio de los pacientes mediante innumerables cursos, seminarios y
congresos organizados por la Fundación, entre los que se destaca Cardiología
para el Consultante, que tiene lugar cada dos años.
En 1980 Favaloro creó el Laboratorio de Investigación Básica
(ver fotos) -al que financió con dinero propio durante un largo período- que,
en ese entonces, dependía del Departamento de Investigación y Docencia de la
Fundación Favaloro. Con posterioridad, pasó a ser el Instituto de Investigación
en Ciencias Básicas del Instituto Universitario de Ciencias Biomédicas, que, a
su vez, dio lugar, en agosto de 1998,
a la creación de la Universidad Favaloro. En la
actualidad la universidad consta de una Facultad de Ciencias Médicas, donde se
cursan dos carreras de grado -medicina (iniciada en 1993) y kinesiología y
fisiatría (iniciada en 2000)- y una Facultad de Ingeniería, Ciencias Exactas y
Naturales, donde se cursan tres carreras de ingeniería (iniciadas en 1999). Por
su parte, la Secretaría de Posgrado desarrolló cursos, maestrías y carreras de
especialización.
En la actualidad, la investigación abarca más de treinta
campos en los que trabajan profesionales de distintas disciplinas -medicina,
biología, veterinaria, matemática, ingeniería, etc.- en colaboración con los
centros científicos más importantes de Europa y Estados Unidos. Se publicaron
más de ciento cincuenta trabajos en revistas especializadas con arbitraje
internacional.
En 1992 se inauguró en Buenos Aires el Instituto de
Cardiología y Cirugía Cardiovascular de la Fundación Favaloro, entidad sin
fines de lucro. Con el lema "tecnología de avanzada al servicio del humanismo
médico" se brindan servicios altamente especializados en cardiología,
cirugía cardiovascular y trasplante cardíaco , pulmonar , cardiopulmonar,
hepático, renal y de médula ósea, además de otras áreas. Favaloro concentró
allí su tarea, rodeado de un grupo selecto de profesionales.
Como en los tiempos de Jacinto Aráuz, siguió haciendo
hincapié en la prevención de enfermedades y enseñando a sus pacientes reglas
básicas de higiene que contribuyeran a disminuir las enfermedades y la tasa de
mortalidad. Con ese objetivo se desarrollaron en la Fundación Favaloro estudios
para la detección de enfermedades, diversidad de programas de prevención, como
el curso para dejar de fumar, y se hicieron varias publicaciones para el
público en general a través del Centro Editor de la Fundación Favaloro, que
funcionó hasta 2000.
Pero Favaloro no se conformó con ayudar a resolver los
problemas de esa necesidad básica que es la salud en cada persona en particular
sino que también quiso contribuir a curar los males que aquejan a nuestra
sociedad en conjunto. Jamás perdió oportunidad de denunciar problemas tales
como la desocupación, la desigualdad, la pobreza, el armamentismo, la
contaminación, la droga, la violencia, etc. (ver Pensamientos ), convencido de
que sólo cuando se conoce y se toma conciencia de un problema es posible
subsanarlo o, aun mejor, prevenirlo.
Favaloro fue miembro activo de 26 sociedades,
correspondiente de 4, y honorario de 43. Recibió innumerables distinciones
internacionales entre las que se destacan: el Premio John Scott 1979, otorgado
por la ciudad de Filadelfia, EE.UU; la creación de la Cátedra de Cirugía
Cardiovascular "Dr René G. Favaloro" (Universidad de Tel Aviv,
Israel, 1980); la distinción de la Fundación Conchita Rábago de Giménez Díaz
(Madrid, España, 1982); el premio Maestro de la Medicina Argentina (1986); el
premio Distinguished Alumnus Award de la Cleveland Clinic Foundation (1987);
The Gairdner Foundation International Award, otorgado por la Gairdner
Foundation (Toronto, Canadá, 1987); el Premio René Leriche 1989, otorgado por
la Sociedad Internacional de Cirugía; el Gifted Teacher Award, otorgado por el
Colegio Americano de Cardiología (1992); el Golden Plate Award de la American
Academy of Achievement (1993); el Premio Príncipe Mahidol, otorgado por Su
Majestad el Rey de Tailandia (Bangkok, Tailandia, 1999).
Desde siempre sostuvo que todo universitario debe
comprometerse con la sociedad de su tiempo y recalcaba: "quisiera ser
recordado como docente más que como cirujano" . Por esa razón, dedicó gran
parte de su tiempo a la enseñanza, tanto a nivel profesional como popular. Un
ejemplo fue su participación en programas educativos para la población, entre
los que se destacaba la serie televisiva "Los grandes temas médicos"
, y las numerosas conferencias que presentó en la Argentina y en el exterior,
sobre temas tan diversos como medicina, educación y la sociedad de nuestros
días (ver Galería de Fotos).
Publicó Recuerdos de un médico rural (1980); De La Pampa a
los Estados Unidos (1993) y Don Pedro y la Educación (1994) y más de
trescientos trabajos de su especialidad. Su pasión por la historia lo llevó a
escribir dos libros de investigación y divulgación sobre el general San Martín:
¿Conoce usted a San Martín? (1987) y La Memoria de Guayaquil (1991), (ver
Bibliografía).
FUENTE: https://www.fundacionfavaloro.org/museo_biografia.html
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